 
        Supo ser muy bien mentado aquel boliche rural, donde en forma natural se daba el trato apropiado. Sencillo y considerado el patrón con el gauchaje, que a veces llegaba en viaje con arreos para venta, por la huella polvorienta que acercaba a ese paraje.
Siglos atrás asentaron cerca de allí paradero los indios que con esmero su impronta veraz dejaron. Sus manos rudas forjaron muy diversos utensilios, platos, jarras y cuchillos, también urnas funerarias en obras rudimentarias hechas por seres sencillos.
Feria y remate de hacienda una vez al mes se hacía y cuando esto acontecía la reunión era estupenda. Al entrar a la vivienda había una gran cocina, en donde alguna gallina iba a parar al puchero, también el guiso carrero completaba la rutina.
Lindaba con La Esperanza y El Palenque: dos Estancias parejas en abundancias en las horas de labranza. Destacaba la templanza singular de la peonada que en nochecita cerrada al boliche se acercaba, y al truco, bochas o taba despedían la jornada.
Hoy sus puertas se han cerrado, se ha convertido en tapera, el candado en la tranquera habla de un tiempo acabado. El pastizal arraigado crece a la buena del viento y es testigo de un lamento que recorre el monte e’ tala donde un reflejo e’ luz mala surge y se pierde al momento.
Obra de mi autoría, “Almacén de Bragado” JORGE FRASCA – ART GALLERY
©️por Jorge Frasca. Todos los derechos reservados.
 
                         
         
         
         
         
         
        