Editorial Por Sergio Raynoldi
Este fin de semana viví algo que me empujó a escribir estas líneas. Hace tiempo dejé de consumir minuto a minuto las noticias nacionales: el nivel de cinismo, improvisación y desgaste es tal que uno termina anestesiado. Pero esta vez, algo me superó. No por nuevo, sino por reiterado. Y porque lo aceptamos con una pasividad que hiela la sangre.
¿Se acuerdan de esa frase? “Sáquela del colchón y duerma tranquilo”. No es de hoy. Es de 1992, plena convertibilidad, en una solicitada del gobierno de Carlos Menem y su ministro de Economía, Domingo Cavallo. En esa época se impulsaba una ley para blanquear los dólares “atorados” en los colchones o cajas fuertes. La misma lógica, el mismo discurso, el mismo pedido: traigan sus dólares, confíen, el país está cambiando.
Treinta y tres años después, Javier Milei propone exactamente lo mismo. Y algunos aplauden. ¿Qué cambió? Nada. Ni el discurso, ni los beneficiarios. Solo nuestra memoria, que parece cada vez más frágil. O tal vez no es falta de memoria, sino exceso de tolerancia. De masoquismo.
La semana pasada, el Gobierno anunció que ya no habrá control ni preguntas de la AFIP ni de los bancos si querés meter tus dólares al sistema. Un blanqueo con perfume a salvavidas. Y lo presentan como una “señal de confianza”. Lo mismo que decían en los ’90. Lo mismo que decían antes del corralito. ¿Se acuerdan?
En esa época, el mensaje era claro: “confiá en el sistema, traé la plata al banco, ayudá al país”. Muchos lo hicieron. Y un día, simplemente, se quedaron sin nada. Porque los bancos cerraron las puertas. Porque el mismo sistema que pidió confianza fue el que se quedó con los ahorros de millones.
Hoy nos dicen lo mismo. Sáquela y duerma tranquilo. Y uno no sabe si reír o llorar. Porque es tan obsceno, tan evidente, que parece una broma de mal gusto. Pero no lo es.
Argentina es, quizás, el mejor ejemplo de que el ser humano puede tropezar con la misma piedra varias veces. ¿Cuántas? Cuatro, cinco… ¿mil?
- Con la dictadura militar, cuando nos vendieron la “plata dulce”.
- Con Menem, cuando nos prometieron la revolución productiva, y terminó en la revolución financiera.
- Con Macri, cuando volvimos a endeudarnos con el FMI para cubrir la fuga.
- Con Milei, que ahora, con la bandera de la “libertad”, nos pide exactamente lo mismo que los anteriores: confianza ciega.
¿Y qué hicimos? Lo de siempre: nos callamos.
Mientras tanto, el 1% de siempre se beneficia. El sistema financiero, las grandes empresas, los que manejan la economía desde afuera del país. Y el resto, el 99%, mira en silencio, desplazando el enojo hacia donde no corresponde: otros pobres, otros trabajadores, otros argentinos. Porque nos convencieron —a través de los medios, de las redes, del teléfono que miramos todo el día— de que la culpa de nuestra pobreza es de otro pobre. Y eso es lo más perverso de todo.
Hoy nos quieren volver a vender un “milagro argentino” con la receta que ya fracasó. Nos dicen que hay que confiar, que ya viene la inversión, que el ajuste va a dar sus frutos. Mientras tanto, no hay obra pública, no hay educación nacional, no hay coparticipación, no hay Estado. Pero igual faltan dólares. ¿Dónde están?
El FMI puso miles de millones. ¿Dónde fue ese dinero? ¿Quién lo tiene? ¿Dónde están los brotes verdes? ¿Y por qué los únicos que ganan son siempre los mismos?
Y lo peor: ¿por qué seguimos votando lo mismo con otro nombre?
Porque esto no es solo un problema económico. Es cultural, educativo y comunicacional. Porque también nos sacaron el tiempo para pensar. Nos llenaron de ruido. Nos regalaron un celular para que no leamos más que titulares, para que no tengamos memoria, para que no entendamos contexto. Todo en 30 segundos. Un scroll, una risa, una indignación pasajera. Y así se pasa la vida, mientras nos saquean despiertos.
Queridos lectores: no es que “la gente no se da cuenta”. El problema es que nos acostumbramos. Nos hicieron creer que vivir con miedo, con bronca, con incertidumbre es normal. Pero no lo es. Como tampoco es normal que un país se venda al mejor postor cada 20 años. Que la historia se repita con tanto cinismo.
El mensaje de este editorial no es “no ponga los dólares en el banco” (aunque, sinceramente, eso ya depende de cada quien). El mensaje es otro: no dejemos que nos vuelvan a hacer el mismo verso. Porque ya nos lo hicieron demasiadas veces. Porque no se trata de una piedra. Se trata de una trampa, perfectamente diseñada, y a la que volvemos a entrar como si fuera nueva.
La única manera de evitarlo es recordar, pensar, y hablarlo. Aunque sea para reírnos un poco, como intento hacer yo. Porque si lo tomamos en serio, la conclusión es dolorosa: somos una sociedad con vocación de masoquismo.
Pero todavía hay tiempo. Todavía podemos cambiar. Si, al menos por una vez, dejamos de caer en el mismo lugar.