Ver al presidente Javier Milei portar un tuit impreso de Donald Trump como muestra de apoyo genera más indignación que asombro. El país no necesita halagos; necesita decisiones responsables y transparencia.
La reciente visita del mandatario a Estados Unidos puso de relieve una triste dependencia de la validación externa. Llevar un papel con elogios de otro líder no fortalece la economía ni la política argentina: evidencia la fragilidad institucional y la necesidad de préstamos que, aunque cuantiosos, no ingresan a la economía real y solo perpetúan la deuda.
A esto se suman decisiones internas como la implementación de retenciones cero para grandes empresas y cerealeras, dejando afuera a pequeños productores. Cambiar las reglas del juego a favor de unos pocos mientras se consolida un sistema desigual es una gravedad institucional que erosiona la confianza ciudadana y genera un espiral de decadencia.
Peor aún, la naturalización de lo improvisado —lo que algunos llaman “atar con alambre”— se convirtió en norma. Resolver problemas con soluciones temporales o parciales no solo limita el desarrollo: socava la ética, la moral pública y la capacidad de planificar a largo plazo. Argentina necesita hacer las cosas bien, siempre, sin excusas ni improvisaciones que luego pagamos todos.
Como sociedad, también tenemos responsabilidad. No alcanza con culpar únicamente a los gobernantes: nuestra participación, voto o inacción influye en el rumbo del país. Mientras se sigan aceptando prácticas irregulares como normales, la decadencia social y económica se profundizará, y la salida será cada vez más difícil.
Es hora de exigir instituciones sólidas, decisiones éticas y responsabilidad colectiva. Mendigar elogios y atar con alambre no es camino: hacer bien las cosas, con transparencia y compromiso, es la única forma de que Argentina recupere estabilidad, respeto y orgullo.
Editorial: Sergio Raynoldi